Daniel Finn entrevistó el pasado 10 de enero para la revista electrónica irlandesa Irish Left Review a nuestro amigo y colaborador, el analista libanés Gilbert Achcar, quien tuvo la gentileza de enviarnos el texto para su traducción castellana y reproducción en SinPermiso.
¿Cuáles cree que son los principales objetivos de la estrategia israelita al atacar actualmente a la franja de Gaza?
Se trata en realidad de una cuestión muy complicada, ya que entraña diferentes niveles. Vista panorámicamente, esta estrategia forma parte de la lucha en curso entre Israel, por una parte, y Hamas y Hezbolá, por la otra; una lucha que alcanzó su punto culminante en 2006, cuando Israel llevó a cabo simultáneamente dos guerras, una contra Gaza y otra – de gran envergadura – contra el Líbano.
Esas guerras estaban ligadas a la estrategia general de la administración Bush en su confrontación con Irán. En efecto, la concepción dominante en Washington es que Hamás y Hezbolá son instrumentos del estado iraní y que, por lo mismo, forman parte de un arco de fuerzas que deberían aplastarse, si se quiere estabilizar la hegemonía estadounidense y la seguridad israelí. Lo que está actualmente en curso es, así pues, una nueva etapa de una guerra que se está librando desde hace varios años.
Enfocando con un poco más de detalle, resulta evidente que esta campaña ha sido lanzada precisamente en este momento, a partir del 27 de diciembre, por consideraciones políticas a más corto plazo. Por un lado, la administración Bush se va. Según todas las señales dadas por el equipo Obama, el gobierno israelí no tiene ningún motivo para temer un cambio mayor en la política de Estados Unidos en el Oriente Medio. Pero existe, sin embargo, la perspectiva, prometida por Obama a lo largo de la campaña electoral, de que la nueva administración empiece a dialogar con Irán. En este caso, el apoyo estadounidense a una posición dura en la confrontación con Irán podría diluirse. Teniendo esto en cuenta, una de las razones por las que la campaña ha sido lanzada en este momento preciso es, justamente, la de ahorrar a la nueva administración la necesidad de tener que afrontar de entrada una crisis mayor en Oriente Medio. El equipo Obama se ha sentido, pues, aliviado de que esto se haga todavía bajo Bush.
El problema –un fenómeno ahora recurrente en las agresiones israelíes— es que la operación ha durado mucho más tiempo del previsto: pasó la época de la “Guerra de los Seis Días”. Idealmente, el gobierno israelí –hace algunos meses muchos comentaristas evocaban esta posibilidad— habría querido atacar directamente a Irán antes de la marcha de la administración Bush. Pero ha sido imposible debido a una serie de razones relacionadas con los grandes problemas a los que se enfrentaba la propia administración Bush. En efecto, aparte de la debilidad política general de un presidente desacreditado al final de su mandato, está la crisis económica: cualquier confrontación militar con Irán sería en este momento perjudicial para los intereses de la economía mundial. [Esta entrevista se realizó poco antes de la revelación por el New York Times del rechazo de la administración Bush a una petición reciente de luz verde por parte de Israel para proceder a ataques contra las instalaciones nucleares iraníes; N.E.] En lugar de los ataques contra Irán que habría deseado como primera opción, Israel está atacando a un Hamás al que considera agente de Irán.
Hay, finalmente, una consideración resultante de un enfoque todavía más de detalle: las elecciones. Como sabe, deben celebrarse muy pronto nuevas elecciones en Israel. Ahora bien, los partidos representados en el gobierno de coalición –el partido Kadima de Olmert y de Livni, y el partido laborista de Ehud Barak— se enfrentan a una fuerte competencia por parte del Likud, la extrema derecha del movimiento sionista dominante en Israel. En cierto modo, este ataque contra Gaza es una forma de invalidar la apuesta en la que a buen seguro Netanyahou habría basado su campaña electoral.
Si se tienen en cuenta todos estos aspectos, se ve que ha habido una sobredeterminación, es decir, un proteico abanico de razones para que esta operación haya sido lanzada justo en este momento. Todo el resto, los cohetes lanzados por Hamás, etc., no son más que pretextos, lo mismo que el rapto de dos soldados por Hezbolá en julio 2006 no fue más que un pretexto utilizado por Israel para lanzar una agresión premeditada de gran envergadura.
La última confrontación entre Israel y Hamás y Hezbolá en 2006 terminó con un gran revés para el Estado israelí, lo que suscitó todo tipo de recriminaciones entre las élites políticas y militares. ¿Piensa Ud. que Israel tiene ahora alguna posibilidad realista de revertir ese fracaso y obtener una victoria, o cree Ud. que va camino de un nuevo fracaso?
Esta es precisamente la razón de que la situación actual resulte extremadamente peligrosa y preocupante. Este ataque empezó el 27 de diciembre, lo que significa que los combates llevan ya casi dos semanas de duración. El balance de muertos en cifras absolutas es ya más fuerte que el del Líbano después de dos semanas de bombardeos intensivos. Si se toman cifras relativas, sabiendo que la población libanesa es casi tres veces más numerosa que la de Gaza, hay muchas, muchas más. Lo que es muy preocupante y peligroso en la situación actual es que, precisamente debido al fracaso precedente en el Líbano en el verano de 2006, Israel no puede permitirse otro fracaso del mismo tipo. Y ello tanto por razones estratégicas, como por motivos oportunistas o de corto plazo, cálculos políticos de bajo nivel.
Por una parte, el estado israelí corre el peligro de perder gran parte de su sedicente credibilidad militar si se enfrenta a un nuevo fracaso, tanto más teniendo en cuenta que el enemigo con el que se enfrenta esta vez –Hamas, en Gaza— es ciertamente mucho más débil de lo que lo era Hezbolá en el Líbano. En efecto, Hezbolá es más fuerte en la comunidad chiíta libanesa que Hamás en Gaza, donde existe una rivalidad feroz entre Hamás y la Autoridad Palestina/Fatah, sin contar otros grupos rivales que se disputan el mismo público. Además, ciertamente Hezbolá disponía, por razones evidentes, de muchas más armas que Hamás en Gaza, una angosta franja de territorio rodeado por todas partes y estrechamente vigilado. En Gaza los palestinos pueden hacer entrar clandestinamente algunas armas ligeras, pero no armas pesadas, mientras que en Líbano Hezbolá pudo acumular un arsenal importante, tanto más fácilmente, cuanto que gozaba del apoyo de Siria.
Por lo tanto, si Israel sufre un segundo fracaso, y además contra un Hamás harto más débil que Hezbolá, sería un gran desastre, peor que el de 2006. Hay también, en segundo lugar, los pequeños cálculos de política electoral. Si la coalición en el poder en Israel saliera de esta guerra con un nuevo fracaso, los partidos que la componen no tendrían ni siquiera necesidad de presentarse a las elecciones. Netanyahu los aplastaría completamente, y ellos lo saben. Así pues, la coalición en el poder no puede permitirse un fracaso por estas dos razones combinadas; eso es lo que hace la situación tan preocupante. Podrían verse afectados por el síndrome del animal herido, volviéndose todavía más feroces de lo que lo han sido hasta ahora. El nivel de las atrocidades israelíes aumenta de guerra en guerra. La guerra de los 33 días en 2006 fue ya la agresión más brutal de una larga historia de guerras israelíes, la más desapoderada utilización de la fuerza por parte de Israel, con bombardeos masivos de regiones enteras del Líbano, de regiones civiles.
El pretexto invocado, entonces como ahora, es que los combatientes se esconden entre la población. Se trata de un argumento perfectamente hipócrita: ¿qué esperan que hagan? ¿Qué se agrupen en un terreno baldío con pancartas que digan: “bombardeadnos aquí”? Es grotesco. La realidad es que Israel trata de aplastar a partidos políticos de masa. Ciertamente, éstos están armados, pero están obligados a estarlo puesto que están amenazaos permanentemente. Se trata de movimientos populares armados. La mayor parte de sus miembros armados no son combatientes profesionales que viven en casernas. Si se tienen en cuenta todos estos aspectos del problema, vemos que las preocupaciones crecientes expresadas por los agentes humanitarios internacionales se basan en razones extremadamente serias.
Mucha gente tiene actualmente la impresión de que la población de Gaza está realmente en peligro de exterminio. No se trata de las exageraciones habituales, sino de una evaluación sobria teniendo en cuenta el nivel de violencia y de brutalidad, día tras día, con cada vez un mayor número de supuestos accidentes, en el transcurso de los cuales se apunta a concentraciones de civiles, lo que trae consigo masacres masivas. Para Israel, la única forma de evitar un fracaso pasará por reforzar su ofensiva terrestre en las zonas de fuerte densidad de población. De suerte que lo peor se hace así perfectamente posible: eso significaría miles y miles de muertos, sin contar los mutilados y heridos. Es una perspectiva terrible.
Si Hamás quiere ser considerado vencedor, aunque sea solo parcialmente, al final de esta última confrontación con Israel, ¿qué debe hacer? ¿Es suficiente su supervivencia? ¿Basta con mantenerse en pie?
¿Quiere decir si Hamás lograra efectivamente salir de la guerra con la cabeza alta? Lo cierto es que, debido a las condiciones geográficas, Hamás tiene ya una proporción de muertos en sus filas más elevada que Hezbolá en 2006. Ya el primer día en que empezaron los bombardeos israelíes, se cebaron en los edificios de las fuerzas de seguridad de Hamás y el número de muertos fue inmediatamente muy elevado. Pero si Hamás consigue salir de este ataque habiendo más o menos conservado su mando y su infraestructura; si no hace concesiones mayores –o, mejor dicho, ninguna concesión mayor que no sea recíproca, como: “Nosotros dejamos de lanzar cohetes, pero vosotros nos garantizáis que vosotros, israelitas, dejáis de dispararnos, de imponernos un embargo y de estrangularnos”—, entonces se tratará de un fracaso israelita y será considerado como una victoria política de Hamás, análoga a la obtenida por Hezbolá en 2006.
Pero en el momento en que estamos hablando esto no es más que una hipótesis, puesto que no podemos prever cómo van a evolucionar las cosas. Lo que está claro es que a escala regional, si no a escala mundial, este ataque israelí ha incrementado enormemente la popularidad de Hamás. Pero no puede decirse que vaya a ocurrir lo mismo entre los palestinos de Gaza, precisamente debido a la rivalidad entre Hamás y el Fatah. Hay división de opiniones aquí. Por supuesto, los partidarios de Fatah dirán: “Hamás nos ha puesto en esta terrible situación, sufrimos por su culpa; por supuesto, Israel es el primer culpable, pero….”- este mismo “pero” que encontramos en las declaraciones de ciertos regímenes árabes. Es especialmente lo que ha expresado desde el principio el gobierno egipcio, que está claramente en colusión con esta agresión israelita. Es también lo que se ha oído, de todos lados, por parte de los aliados árabes de los Estados Unidos. Es la misma retórica que se oyó en 2006 cuando se culpaba a Hezbolá de la agresión israelí contra el Líbano.Todavía no se sabe cuál será la salida política final para Hamás. Creo que todavía es demasiado pronto para hacer una evaluación de qué es lo que pasará a largo plazo, o aun a medio plazo. De momento, como ya he dicho, la única certeza es la creciente popularidad de Hamás a nivel regional. Por supuesto, es el resultado casi automático cada vez que Israel designa un objetivo árabe y empieza a golpearlo. El objetivo se vuelve automáticamente popular debido al odio hacia Israel y sus agresiones permanentes en la región: cualquier víctima de Israel y, sobretodo, cualquier fuerza de resistencia a Israel, tienen la seguridad de hacerse populares en la región.
Se ha hablado, en el transcurso de la pasada semana, de un cierto descontento entre la joven generación de Fatah. Ha habido noticias de que Marwan Barghouti habría enviado mensajes desde su celda en prisión expresando críticas respecto a las declaraciones hechas por Mahmoud Abbas. ¿Piensa Ud. que esto tiene alguna posibilidad de concretarse y de minar a la actual dirección de Fatah? ¿Piensa Ud. que hay alguna posibilidad de que la dirección de Fatah cambie de orientación?
Barghouti es, en cierto modo, una carta de reserva de Fatah. Mahmoud Abbas ha quemado ya de sobras sus propias cartas. Ya no tiene credibilidad y aparece como un personaje servil, un peón secundario en este juego regional. No es popular ni siquiera dentro de Fatah. Está claro, por tanto, que Fatah tendrá necesidad —inmediatamente, o a no tardar— de otra personalidad dirigente, y Barghouti sería una solución de recambio. Pero como está en prisión [israelí], su suerte depende en gran medida de Israel y, por supuesto, de Washington. En cuanto a saber cuál sería la conducta de Barghouti si se le liberara de la prisión, es muy difícil. El problema principal es saber qué tipo de relación establecería con los Estados Unidos y su peón palestino número uno, Muhammad Dahlan. Dahlan y Barghouti formaban una alianza electoral cuando las elecciones de enero 2006. ¿Proseguirían esta colaboración y constituirían una especie de equipo dominante soldado en el Fatah post-Abbas, o estarían en competencia? Está por ver.
Ha dicho Ud. que el régimen egipcio, señaladamente, y, en cierta medida, los demás regímenes árabes pro-estadounidenses son considerados como cómplices de Israel. Si la escalada continuara, si como Ud. lo ha descrito, Israel se comportara como un animal herido y utilizara métodos cada vez más brutales contra los palestinos de Gaza ¿cómo conseguiría el gobierno egipcio contener la cólera –que ya parece considerable— en el seno de su propio pueblo?
No es que se considere a esos regímenes cómplices de Israel, es que realmente lo son. La prensa incluso publicó que habían sido informados del ataque contra Gaza antes de que se desencadenara. El día en que empezó el ataque, el periódico árabe, publicado en Londres, Al-Quds al-Arabi, reprodujo un artículo de su corresponsal en Cisjordania que informaba de que la ministra de asuntos exteriores israelí, Tzipi Livni, con ocasión de su visita a El Cairo efectuada el día anterior, había informado a las autoridades egipcias de que Israel iba a lanzar una operación contra Hamás. El General Suleiman, jefe de los servicios de espionaje egipcios, le pidió expresamente que Israel apuntase a los combatientes de Hamás procurando no tocar a los civiles. El mismo día de la aparición del artículo, el ataque había empezado y los primeros objetivos apuntados fueron los edificios de la policía en Gaza. Se trataba, pues, en apariencia, de un ataque que no tocaba a los civiles y específicamente dirigido contra las fuerzas armadas. Lo que prueba sin lugar a dudas que el régimen egipcio había sido bien informado de lo que iba a pasar. Ni siquiera previno a Hamás, que fue cogido por sorpresa cuando comenzó el ataque, lo que explica el saldo inicial, muy fuerte, de muertes en las filas de sus fuerzas armadas.
El gobierno egipcio y los demás regímenes árabes aliados a Estados Unidos desearían grandemente ver debilitado a Hamás. No están a favor de una eliminación de Hamás –si es que ello fuera posible—, porque saben que eso tendría un coste humano enorme y traumático. Lo que desearían es un Hamás a tal punto debilitado, que no tuviera otra opción que la de cortar sus relaciones con Irán, lo que le obligaría a depender de ellos para sobrevivir: eso es lo que desearían los árabes aliados de los Estados Unidos. Quieren un Hamás prisionero y esperan que sea Israel quien se encargue de acorralarlo. Así, una vez Israel hubiera propinado una lección a Hamás, Egipto, y luego saudíes y jordanos, podrían decirles: “No tenéis otra elección que cooperar con nosotros; o bien entráis en el juego con nuestras condiciones, cortando todos vuestros lazos con Irán y Siria, o tendréis que enfrentaros solos a Israel, con la posibilidad de que os aplaste”.
Pero si la operación israelí fracasara, estos regímenes cambiarían de chaqueta inmediatamente, por puro oportunismo, y empezarían a culpar a Israel, multiplicando unas declaraciones de reprobación que, de todos modos, no van muy lejos. El régimen egipcio podría inflar la importancia de su desacuerdo con Israel sobre la cuestión de las tropas internacionales del lado egipcio de la frontera con Gaza, que Israel pide que El Cairo rechace. Asuntos de este tipo se exagerarían fuera de toda proporción, de manera que El Cairo y sus aliados árabes pudieran hacer ver que se enfrentan a Israel. Sus habituales discursos hipócritas explican que ellos lo hacen de forma responsable, porque conocen la potencia militar israelí y se preocupan del bienestar de sus poblaciones, no como estos locos de Hamás, y así sucesivamente.
Hezbolá ha organizado algunas manifestaciones muy importantes en Líbano en solidaridad con Hamás y con los habitantes de Gaza. Su apoyo ¿se quedará a nivel político, o hay alguna posibilidad, como ha sugerido alguien, en términos bastante alarmistas, de que Hezbolá pueda abrir un segundo frente contra Israel en la frontera Norte?
No creo en absoluto en una posibilidad de este tipo. Parece que los tres cohetes disparados desde el Líbano hacia el norte de Israel proceden de uno de los pequeños grupos palestinos ligados a Damasco. Hezbolá ha recjazado inmediatamente cualquier responsabilidad, y la coalición gubernamental libanesa en la que está representado Hezbolá ha condenado unánimemente esos disparos de cohetes. De hecho, en este estadio hay ciertamente enormes manifestaciones de solidaridad política, pero, por otra parte, Hezbolá ha aprendido la lección de 2006. Recuerde que, después de la guerra de los 33 días en 2006, el secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, declaró en una entrevista que si hubiera sabido que Israel reaccionaría como lo hizo al secuestro de sus dos soldados el 12 de julio, Hezbolá no lo habría organizado. Lo que quería decir, habida cuenta de los sentimientos humanos, es: “No les habría proporcionado este pretexto, si hubiera sabido que destruirían mi país y matarían a 1.500 personas de mi pueblo”.
Al mismo tiempo, sabemos que para Israel el secuestro no fue más que un pretexto: si no se hubiera secuestrado a ningún soldado, Israel habría encontrado cualquier pretexto –o lo habría fabricado de la nada– para hacer lo que intentó hacer por aquel entonces. Hezbolá ha aceptado la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Esta resolución preveía el despliegue en el sur del Líbano no solamente del ejército libanés, sino también de una fuerza internacional, la FINUL –lo cual no interesaba a Hezbolá, puesto que esta fuerza está formada en gran parte por tropas de la OTAN y por lo tanto constituye una amenaza para ellos—. Sin embargo, Hezbolá ha tenido que aceptarlo, porque la alternativa habría sido la continuación de esa guerra horrible, y había límites humanos infranqueables. Por lo tanto, no puede permitirse aparecer como totalmente irresponsable tomando la iniciativa de abrir un segundo frente – sobretodo sin luz verde ni por parte de Damasco ni por parte de Teherán—.
Por otra parte ¿cómo puede esperarse que los libaneses abran un segundo frente, cuando los propios palestinos de Cisjordania, incluido Hamás, no lo hacen? Hamás no ha disparado cohetes desde Cisjordania. Lo que demuestra, dicho sea de paso, hasta qué punto Hamás ha cometido un grave error al decidir hacerse solo con todo el poder en Gaza, provocando así la separación de los dos territorios palestinos. No quiero decir que no hubieran debido prevenir el golpe que Dahlan estaba montando contra ellos con el apoyo de Estados Unidos y de Israel, pero no deberían haber eliminado completamente a Fatah de las instituciones de la autoridad Palestina, tal como han hecho. Precisamente, cuando más necesaria es, estratégicamente hablando, la organización de la lucha a escala de toda la región, es cuando la propia escena palestina se fragmenta en dos. Lamentable.
Estos sucesos ponen también en evidencia todo el problema de la selección estratégica de las armas. La resistencia de Hamás es heroica, cierto; pero no se pueden comparar las condiciones en Líbano con las existentes en Palestina. Durante los años de la ocupación israelí del Líbano, Hezbolá libró una guerra de usura, concentrando principalmente su acción en las zonas libanesas contra las fuerzas de ocupación. En abril de 1996 incluso firmó un acuerdo con el ocupante, con la intermediación de los Estados Unidos, estipulando que: “Los grupos armados en Líbano no efectuarán ataques a Israel por medio de cohetes Katyusha u otras armas. Israel y quienes cooperan con él no utilizarán ninguna arma contra civiles u objetivos civiles en Líbano. Además, las dos partes se comprometen a garantizar que bajo ninguna circunstancia los civiles serán objeto de un ataque y que las zonas habitadas por civiles, las regiones industriales y las instalaciones eléctricas no serán utilizadas como base de lanzamiento de ataques”. La naturaleza geográfica del terreno en el Líbano y la presencia de fuerzas israelíes en las zonas libanesas habitadas hacían posible una estrategia de resistencia popular, lo que permitió asegurar la victoria cuando Israel tuvo que evacuar el sur del Líbano en el 2000 de una forma que se parecía mucho a una debacle.
Es totalmente distinto de Gaza, en donde las tropas israelíes se habían retirado del interior de la Franja y la rodeaban. Desde el punto de vista estratégico, no tiene mucho sentido enfrentarse militarmente con ellas lanzando cohetes hacia las zonas habitadas en el sur de Israel. El hecho es que, desde el punto de vista de los Territorios Ocupados palestinos, si se hace un balance de la lucha de los palestinos contra el Estado de Israel desde 1967, está muy claro que esta lucha ha alcanzado su máxima eficacia en 1988 con la “revolución de las piedras”, la primera Intifada, sin armas de fuego, sin atentados suicidas, sin cohetes, nada de esto; solamente, movilización masiva. Esa movilización fue lo más terrible para Israel: puso a los israelíes en grandes dificultades políticas.
Hay que sacar lecciones de ello. Las diferentes fuerzas de la región no tienen suficientemente en cuenta las cuestiones estratégicas. Hay actualmente en la lucha palestina mucho maximalismo de inspiración religiosa, de la misma forma que había anteriormente un maximalismo de inspiración nacionalista. Lo que falta, por el contrario, es una evaluación realista de las condiciones, a fin de elaborar una estrategia. No una estrategia de capitulación en nombre del “realismo”, por supuesto, como la de la OLP –quiero decir la autoridad palestina, Arafat y ahora Mahmoud Abbas—. Sino una estrategia de resistencia y de liberación, de resistencia popular, para imponer a Israel un objetivo estratégico posible en las condiciones existentes. Y lo que todavía es imaginable en las condiciones objetivas actuales es conseguir que Israel se retire de los territorios ocupados en 1967, con la posibilidad para estos territorios de organizar su propio gobierno democrático, de gozar por lo menos de una soberanía política, lo que no ocurre actualmente, como se puede comprobar recordando la reacción de Israel y sus sostenes occidentales a la victoria electoral de Hamás.
Más allá de este objetivo inmediato, la única estrategia razonable a largo plazo debe incluir un cambio profundo de la propia sociedad israelí. No puede ser elaborada como una estrategia totalmente exterior a la sociedad israelí, como lo han sido las estrategias de la OLP, ayer, y de Hamás, hoy. No se puede vencer militarmente a Israel desde el exterior. No es posible a nivel de las armas convencionales, ya que Israel es mucho más potente a este nivel que el conjunto de los estados árabes de su entorno (por no mencionar que éstos no están en absoluto dispuestos a enfrentarse a Israel, y no hablo solamente de Egipto y de Jordania, sino también de Siria). Una “guerra popular” por la liberación del conjunto de la Palestina histórica no tiene sentido, puesto que los israelíes constituyen una amplia mayoría en los territorios de antes de 1967. No es como si se tratara de un ejército de ocupación, como el de Estados Unidos en Vietnam, o en Afganistán o en Irak, o como el de Israel en Líbano. Por descontado, todo el mundo sabe que Israel es una potencia militar desde finales de los años 60. Cualquier proyecto que se base en una destrucción desde el exterior del Estado israelí es, pues, irracional, mírese como se mire.
Así pues, incluso dejando aparte las exigencias del internacionalismo, es decir, el tipo de victoria sobre el Estado sionista que sería deseable, no existe, en cualquier caso, una estrategia razonable para vencerlo sin tomar en consideración la necesidad de un importante cambio en la propia sociedad israelí. Hace falta de forma imperativa que una gran parte de la sociedad israelí se oponga activamente a las políticas belicosas del gobierno israelí y luche para un arreglo pacífico, duradero, fundado en la justicia, la autodeterminación y el fin de todas las discriminaciones. Es una condición esencial, decisiva, y es la razón de que la Intifada de 1988 haya sido tan importante: suscitó una crisis real, profunda, en el interior mismo de la sociedad israelí.
Por el contrario, lo que vemos actualmente es un alto grado de cohesión y de unanimidad entre los israelíes a propósito de esta agresión, que es la más feroz y brutal de su historia. Y eso es de muy mal augurio. En estas condiciones, aun si se produjeran fracasos para Israel como el de 2006, el resultado favorecería la ruptura de sectores importantes de la población israelí con la política llevada a cabo por su gobierno (y todavía menos con el sionismo) y una resuelta oposición a la guerra, como ocurrió con amplios sectores de la población alemana durante la Primera Guerra mundial o con la población estadounidense durante la guerra de Vietnam. El resultado sería, más bien, ulteriores deslizamientos hacia la derecha. Por eso el cuadro de conjunto en la región resulta tan sombrío. Ya va dicho: si esta ofensiva resulta en un fracaso – yo lo deseo—, se puede anticipar la llegada al poder de Netanyahu, que es todavía peor que los dirigentes actuales. Es muy difícil saber a dónde llevará todo esto.
Parece, en efecto, que es un período muy peligroso para los palestinos; tal vez el momento más peligroso desde 1967. En Israel, en los medios de comunicación y en los medios del establishment, se especula con una transferencia de la Franja de Gaza a las autoridades egipcias, y de las zonas pobladas de Cisjordania, a Jordania. Si un plan de este tipo se llevara a la práctica, sería ciertamente fatal para las aspiraciones nacionales palestinas durante muchos años. ¿Qué medidas deberían tomar, en su opinión, las fuerzas en el interior de la sociedad palestina para mejorar las perspectivas del movimiento nacional?
No veo yo las cosas según Ud. las describe. Por lo pronto, la propia monarquía jordana tendría más bien miedo si tuviera enfrentarse hoy a recobrar el control sobre la Cisjordania. Cuando eso fue una perspectiva real, ya tuvo en cuenta el militarismo creciente de los palestinos; por eso los planes concebidos en su día por el anterior rey Hussein eran de tipo federal, y contemplaban, muy especialmente, otorgar a Cisjordania, o a Jordania y a Gaza, una forma de autogobierno. Pero el problema actual es que la monarquía jordana no puede contar con gente como Mahmoud Abbas para dominar a la población palestina. Saben que se enfrentan a una población muy radicalizada y que una nueva agrupación, una nueva fusión entre los palestinos de Cisjordania y los de Jordania, donde ya constituyen una mayoría de la población, sería harto peligrosa para la monarquía jordana. Éste es el problema.
Una nueva fusión de Cisjordania con Jordania tendría ciertamente interés para los palestinos, puesto que el susodicho Estado independiente en Cisjordania y en Gaza no tiene sentido. En este punto estoy totalmente de acuerdo con quienes critican la solución de los dos Estados: un, digamos, Estado independiente no tiene sentido en Cisjordania, si tiene que ser prisionero entre Israel y Jordania, entre una espada y una pared. El pueblo palestino tiene necesidad, para respirar, de la salida constituida por Jordania, sin hablar de las continuidades humanas y familiares que existen entre las dos orillas del Jordán. Hay una continuidad histórica natural de la comunidad humana que vive en las dos orillas de este río, y para que esta comunidad pueda ejercer su autodeterminación hace falta otro tipo de gobierno en Jordania, un gobierno que sea realmente democrático, lejos de la actual situación, en la que una mayoría de la población se halla oprimida por un régimen que fomenta las divisiones étnicas de naturaleza tribal.
Por eso no creo que el gobierno jordano esté entusiasmado con la perspectiva de una nueva unión de las dos orillas; mucho menos que la busque activamente. ¿Por qué el rey Hussein rompió oficialmente las relaciones entre su reino y Cisjordania en 1988? Sencillamente, porque la Intifada estaba en su momento culminante y se dio cuenta de que esta Cisjordania en la que la monarquía había reinado desde el acuerdo que su padre concluyó con los sionistas en 1948 – la Cisjordania en la que la monarquía había podido reinar más o menos sin grandes dificultades hasta 1967— se había vuelto ingobernable debido a la Intifada. Se había convertido en una patata caliente, demasiado difícil de manipular. Por eso rompió oficialmente las relaciones y abdicó de cualquier pretensión sobre Cisjordania.
¿Cree que la escena política palestina va a continuar en manos de Hamás y de Fatah en un futuro previsible, o piensa que ciertas fuerzas que actualmente son marginales tienen oportunidades de ocupar más espacio?
Actualmente, no veo tal perspectiva. Quiero decir que, por el momento, no existen competidores reales a los dos principales actores que son el Fatah y Hamás. Las demás fuerzas, en particular la izquierda palestina, han perdido crédito en estos años pasados, después de haber desperdiciado muchas ocasiones. No es, pues, de esperar que resurjan subitáneamente, como pro milagro, a menos que apareciera una nueva fuerza de la que, hasta ahora, no hemos oído hablar; y aun en este último caso, siempre le haría falta cierto tiempo para madurar. Lo que se darán, a partir de la situación actual, son nuevas evoluciones en el interior de las dos fuerzas en que se polariza la sociedad palestina, una lucha entre distintas fracciones en el seno del Fatah y de Hamás. Ni una ni otra son fuerzas monolíticas, puesto que son grandes y tienen una afiliación de masas. Por lo tanto, es más probable que se produzcan cambios en su interior que la inopinada aparición de nuevas fuerzas externas.
Dicho esto, deseo vivamente que surja una tercera fuerza, un movimiento progresista sostenido en la tradición de izquierda que existe entre los palestinos, una tradición para nada despreciable, ni siquiera en Gaza, aunque no es lo suficientemente robusta como para hacer contrapeso al Fatah o a Hamás. Desearía vivamente que surgiera una fuerza de izquierda y que se convirtiera en un actor importante en la escena palestina. Pero, para serle franco, por el momento, dejando de lado la esperanza o el deseo, no es esa una perspectiva realista, no veo las condiciones para eso.
Gilbert Achcar ha vivido en Líbano durante muchos años antes de instalarse en Francia, luego en Alemania y en el Reino Unido, donde actualmente es profesor en la Escuela de estudios orientales y africanos (SOAS) de la Universidad de Londres. Es autor y coautor de varias obras, entre las cuales El choque de las barbaries (2002), El Oriente incandescente (2003), La guerra de los 33 días (con Michel Warschawski, 2007) y, con Noam Chomsky, El polvorín del Medio Oriente (2007). Su próximo libro, Los Árabes y la Shoah, aparecerá en otoño 2009.